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28 de septiembre de 2009

¡Oráculo del Señor!


Hubo un tiempo en que estas palabras solían resonar en las plazas y en las calles de Jerusalén. Fue la época de los profetas, hombres elegidos por Dios en quienes Él, el Señor, ponía la Palabra de Dios. Decir esa Palabra, ser su oráculo, confería a estos profetas una autoridad que solía estar acompañada por la eficiencia y operatividad de la profecía misma. A diferencia de la humana, la Palabra divina es eficaz: no sólo es vehículo de un concepto sino que produce el concepto mismo. El Pueblo de la Biblia conocía perfectamente esta distinción básica entre la Palabra de Dios y las nuestras. La Creación es una sinfonía de la Palabra: por Ella fueron hechas todas las cosas.

Por esta razón, cuando un hombre de Dios se erguía como portador de los oráculos del Señor, el mejor comprobante consistía en ver la realización de lo profetizado junto a su santidad de vida.

Pero, ¿cuál era la principal misión de los profetas?

La mayoría piensa que la función de los profetas consistía en avanzar adivinaciones certeras del futuro, en especial, las relativas a la llegada del Mesías. Y en parte es verdad. A lo largo del Antiguo Testamento hay más de quinientas profecías que se cumplieron en la vida de Jesús. Sin embargo, esta función fue más bien secundaria. Los principales profetas fueron enviados por Dios a su pueblo, cuando éste había sido abandonado por quienes debían gobernarlo, es decir, por sus reyes. Ante las terribles injusticias sociales y el culto formalista e hipócrita, los profetas denunciaban sobre todo los desordenes de los poderosos y la infidelidad a la Alianza. Los males y catástrofes vaticinadas cumplían la misión de sacudir las conciencias del pueblo y de sus dirigentes, provocando su conversión y el arrepentimiento de sus pecados.

Con las profecías, por tanto, sucedería algo parecido que con los sacrificios antiguos. Una vez llegado el Mesías, ni aquéllas ni éstos serían ya necesarios. Con Cristo habrían desaparecido tanto los profetas como los sacrificios de la Antigua Alianza. ¿Es esto cierto?

La afirmación tiene algo de verdad, pero globalmente considerada es equivocada. Ciertamente, después de la venida de Cristo todos los sacrificios antiguos han resultado inútiles, en cuanto que sólo eran figura o tipo del único sacrificio que podía traer la salvación al mundo: el sacrificio de la Cruz. Curiosamente, esta integración de todos los sacrificios en el sacrificio eucarístico fue ya vaticinada por una vieja enseñanza rabínica: "cuando llegue la era mesiánica cesarán todos los sacrificios, menos el de acción de gracias que nunca cesará" (1). Se trata de una enseñanza profética. Jesucristo ha asumido todos los sacrificios, que ahora han perdido su consistencia cruenta (es decir, con derramamiento de sangre) para ser presentados bajo su aspecto convivial, bajo las especies del pan y del vino.

Por otra parte, justo en la primera lectura de la liturgia de la Palabra de ayer domingo, se proclamó desde todos los ambones del orbe este deseo profético de Moisés: "Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor" (Nm 11, 29). Este deseo se cumplió definitiva y completamente el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre la Iglesia naciente. A partir de entonces todos los fieles cristianos son profetas y, por tanto, participan del ministerio profético de Cristo.

El profeta de ahora debe secundar la misión del Espíritu Santo en el mundo quien, con palabras de Jesús, "debe convencerle de pecado, de justicia y de juicio" (para una explicación de esta expresión, clicar aquí). Todo cristiano está llamado a ser profeta allí donde se encuentre. Ser profeta ahora no consiste en hacer vaticinios, ni en anunciar desastres cósmicos, porque todo lo que Dios tenía que decir al hombre lo ha dicho ya en Jesucristo, su Hijo y su Palabra. Ser profeta ahora consiste, en cambio, en denunciar las injusticias y las estructuras de pecado.

El día 17 de octubre muchos cristianos irán a Madrid para alzar su voz en favor de los más indefensos, de aquellos que carecen de ella para reclamar respeto por el primero y más fundamental de los derechos.

Yo hoy me siento iluminado por el lumen profeticum y animo a todos cuantos acudirán a la concentración a que no sólo conviertan la ocasión en una fiesta (buenas experiencias de ello hay) sino también de que la vivan con sentido penitencial. Por lo que respecta a la ley del aborto, todos los españoles somos responsables en mayor o menor medida. Hemos convivido con una ley aborrecible. Nos hemos acostumbrado a aceptar como irremediable el mayor holocausto de la Historia. Debemos hacer penitencia por nuestros pecados, también por las posibles connivencias. El otro día leía la afirmación de una de las representantes de "Derecho a vivir": "yo no votaré nunca a un partido que no defienda el derecho a la vida". Se me quedó grabada la frase. Cada uno es libre de votar a quien quiera, pero mire que su voto sea verdaderamente responsable. Oráculo del Señor.

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(1) "In the coming Messianic age all sacrifices will cease, but the thank offering todah will never cease". Harmut Gese, Ensayos sobre Teología bíblica, Minneapolis 1981, p. 133.

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1 comentario:

  1. Cuantas veces oímos en la proclamación de la Palabra de Dios, en las lecturas de la Misa, la palabra oráculo del Señor. Estoy convencido de que muchos de los asistentes siguen sin saberlo. Aprovecho esta ocasión, para hacer un llmamiento a buscar, preguntar, consultar, cuando hay algo que no comprendemos el significado. Todas las palabras usadas en la Bibia han sido inspiradas por El mismo, no podemos obviarlas. Hay que conocer que se nos quiere decir. Gracias Don Joan por ello. Me ha gustado lo del sentido penitencial del 17oct. Un abrazo.

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